martes, octubre 28, 2008

Let's take a chance and fly away somewhere
Starting over

A veces llegan esos momentos en que uno se da cuenta de que es ahora o nunca.
Y nunca suena tan triste...






martes, octubre 07, 2008

Seguir al sol.

One day you'll look to see I've gone
For tomorrow may rain,
so I'll follow the sun

Some day you'll know I was the one
But tomorrow may rain,
so I'll follow the sun

Me bajé del bondi y sentí una brisa que me hizo acordar a los veranos en Bahía Blanca, cuando me pasaba el día en una pileta y volvía al centro, y sentía frío. Aunque no hiciera.
La insolación, la nariz colorada, la malla húmeda bajo un short y un buzo que parecía no abrigar lo suficiente. Los ojos irritados por el cloro y por el exceso de sol. Y el frío.
Y me bajaba del bondi en el centro, y pasaba por la farmacia que tenía un cartel con la hora y la temperatura. Y que marcaba 23 grados. Pero yo sentía frío. Entonces, esos 23 grados eran irreales para mí. Lo que me indicaba ese cartel no tenía correlato con mi existencia. Mi cuerpo me decía que la temperatura era baja. La insolación me pedía más abrigo. Los 23 grados no eran una realidad.
Y entonces veo que el colectivo llega a la esquina y dobla. Veo que desaparece. Y entonces él, que siguió sentado ahí arriba, se convierte en una irrealidad para mí. Y en cambio, el frío no lo es.


lunes, octubre 06, 2008

Arte

Sintió un arañazo en la espalda. Llevó su mano derecha hacia atrás, por abajo, formando una V a la altura del codo. Rozó su cintura. Nada. Y entre los omóplatos es donde sitió la humedad. Y la densidad de la sangre. Trajo para adelante la mano. La alzó a la altura de los ojos, los que tuvo que entrecerrar porque el sol lo enceguecía. Y sí. Pudo ver rojo. Pudo oler rojo. Pudo casi saborear en la parte trasera de su lengua el rojo. Casi que pudo oírlo.
Temió darse vuelta y averiguar quién había sido el autor del zarpazo. Y la sangre que se secaba en las yemas de sus dedos no delataba a nadie. Ni a nada.
Y sintió otro arañazo. Ahora en la parte baja de la espalda. A la altura del cóccix. Y no tuvo que utilizar el tacto para darse cuenta de que sangraba.
Sentado en el suelo, levemente inclinado hacia atrás, apoyándose en sus manos posicionadas apenas atrás de su cadera, siguió soportando los golpes de cilicio que se hicieron cada vez más asiduos.
Hasta que su espalda fue un cuadro abstracto con lineas desperdigadas en distintas tonalidades de rojo. Y finalmente se acostó sobre la tela blanca.