martes, enero 24, 2006


(cerrado por reformas barra traslado barra vacaciones barra etcétera)

miércoles, enero 11, 2006

Leit Motiv

Entendió. Las cosas no podían seguir así. Era el fin.
Junto sus cosas, moqueando.
Todos lo miraban. Era curioso ver a alguien que solía ser tan determinado a lograr lo que quería, retirarse abatido. Casi sollozando.
Nadie se atrevió a acercarse. Era comprensible. Acompañarlo en ese momento hubiese sido casi un suicidio social.
No, ninguno se atrevía a acompañarlo, pero tampoco a dejar de presenciar el evento.
Él escuchaba los murmullos. ¡Cómo no escucharlos! Pero no podía hacer ya, nada más.
Había izado la bandera blanca de la derrota. Había capitulado.
A lo lejos, tras la puerta, se oía a alguien tecleando. Se producían intervalos. Y continuaba. Definitivamente estaba pensando lo que escribía.
Parece ser que retirarse así no lo satisfacía. A quién puede satisfacer... Por lo que sacó fuerzas de donde pudo y se dirigió hacia la puerta.
Escuché ruidos. Vi que el picaporte se movía. La puerta se abrió y la vi a él, que me dijo: Que conste que me voy no sólo por el café.

miércoles, enero 04, 2006

A la hora indicada

Acabo de escuchar un sonido de mi infancia. Después de muchos años, escucho la música del afilador. Pero no es la hora de la siesta.
Estoy parada en la puerta de una casa, a las siete de la tarde. Es la hora indicada.
Para romper con mis (malos) hábitos, he sido puntual. Recién toque el timbre y estoy esperando algún tipo de respuesta.
Estoy frente a una puerta de madera pintada de blanco, que tiene una ventana mediana en lo alto con vidrios opacos y rejas desteñidas.
Presiono de nuevo el timbre. Nada.
Apoyo mi cabeza sobre la puerta. El afilador consiguió un potencial cliente en la vereda de enfrente, por lo que en la cuadra hay un relativo silencio.
Trato de concentrarme en la puerta, trato de distinguir algún sonido. Nada.
Ni la radio prendida para escuchar el noticiero de las siete. Ni el televisor. Nada.
Tras la puerta ya no hay nada. La casa vacía.
Seguir tocando el timbre no sirve de nada.
Me siento en el escaloncito del porche, donde solía sentarme a ver las hormigas en las tardes de aburrimiento.
Apoyo mi espalda en la pared, mirando hacia la esquina despojada ya de árboles y escucho como el afilador se aleja.