Una compañera del trabajo, cada vez que termina una conversación telefónica con su hermano o madre o con su novio, se despide diciendo “Chau, te amo”. No sé si será mi cinismo que viene alcanzando niveles parecidos a los de mi acidez, o si realmente será que el soft power afecta a algunas personas más que a otras, pero la verdad es que cada vez que la escucho decirlo – esto es, un par de veces al día – si bien intenta ponerle intención y emoción a la frase, ésta suena hueca, falsa.
El “te amo”, se ha convertido en el lenguaje cotidiano de muchas personas en una frase caballito de batalla destinada de alguna manera a disfrazar una profundidad que no existe, una sensibilidad que no es tal, un afecto del que quizás se pueda dudar.
Por otra parte, muchas películas y series muestran que el amor es amor cuando atraviesa dificultades, cuando la pareja tiene que sortear obstáculos y realizar grandes gestos para demostrarle al otro cuán grande es su cariño. Los personajes dicen “te amo” bajo la lluvia, antes de que el otro suba al avión que lo lleva a China para siempre, minutos antes de realizarse una operación riesgosa, después de hacer el ridículo como manera de pedir perdón por algo y en todo otro tipo de situación de un dramatismo generalmente irreal, que hace que muchas personas que tienen dificultades para distinguir entre un típico guión pochoclero y la realidad, y que tienen problemas más humanos, más reales y menos escenificables sientan que su amor quizás no sea tan auténtico, tan profundo, tan importante como aquel que vieron en la última película de Anne Hathaway.
Es por eso, que intentan equilibrar la ausencia de emoción cinematográfica de la que su relación quizás padezca con declaraciones de amor que rayan lo guionado.
Parece que el “te quiero” le quedó chico a muchos, y en cualquier momento empezaré a escuchar como personas despiden al almacenero del barrio diciendo “chau, don pedro, le amo”. Ya no quedan muchos almaceneros, quizás esté justificado.