domingo, diciembre 12, 2004

Libre Albedrío

John le hablaba a Cindy, en castellano neutro, de las variedades de helados que se podían disfrutar.

Y como si Cindy no supiera leer, le leyó los sabores que él consideraba más sorprendentes: Peras al whisky, Primavera (con o sin alcohol), Alcachofas acarameladas, Frutas secas, Queso, Pomelo, Zanahoria, Palta, Pintalengua - que tiene sabor a chicle Bazooka-, y también están los vinos... El Torrontés, el Malbec...

John no pudo seguir.

Al heladero, que no estaba muy atento a la ilustrada conversación (estaba mirando un especial de vh1 en el televisor que se encontraba en el rincón norte del local), le resultaba molesto el tono del cliente, por lo que para evitar seguir escuchándolo le preguntó a Cindy de qué gustos quería el helado.

Cindy no lo pensó mucho y en tono "CNN en español" respondió: - De vainilla. Todo de vainilla.

sábado, diciembre 11, 2004

arroz

A veces se despertaba en la madrugada, transpirada y agitada, y se quedaba en la cama dando vueltas.
Blanco y negro, eran los colores de sus sábanas preferidas, esas que le permitían y le inducían los mejores sueños.
Casi siempre pasaba su tiempo libre acostada, sola.
Chapoteaba de sueño en sueño, en búsqueda de uno perfecto.
De vez en cuando era acompañada por amantes esporádicos, que se perdían entre los almohadones, y a la oscuridad de la habitación eran relegados una vez que todo concluía.
Era ella la primera en quedarse dormida.
Fácilmente conciliaba el sueño, era difícil despertarla, y aunque así sucediera tenía la habilidad para continuar soñando, aún despierta.
Grandes sueños su mente le brindaba, noche a noche.
Hubo veces en el trabajo, entre balances y libros diarios, en que se imaginaba que podría llegar a suceder una vez dormida.
Imaginaba grandes sueños, grandes sueños que luego podía soñar...
Jamás pensó que la vida no onírica podía ser tan buena o mejor que la que vivía diariamente, en su cama.
Kilos de sueños almacenados, esperando su gran aparición y disfrute.
La lámpara junto a su cama era de una luz tenue, que inspiraba con sólo encenderla.
Llamaba el teléfono constantemente y ella no atendía.
Mañanas enteras de fines de semana se pasaba entre las sábanas de turno, soñando despierta, o dormida.
Nunca había sido desilusionada por su subconsciente, que le presentaba cosas maravillosas, fascinantes, intrigantes, diferentes todas las noches.
Ñatos, narigones, rubios, morochos, pelirrojos, todo tipo de hombres se cruzaba y la enamoraban.
Ocasionalmente buscaba entre las caras diarias del colectivo, de la calle, alguno de los personajes oníricos que conocía, o sentía conocer.
Pensaba en lo espléndido que sería dormir para siempre, pero luego se daba cuenta de que los sueños se saborean bien una vez despierta, recordándolos, reviviéndolos, y entonces desistía de la idea.
Quería despertar y darse cuenta de que la vida que soñaba era posible en su vida, para ella no tan real.
Raramente había coincidencias.
Sentimientos profundos experimentaba, sentimientos inimaginables en su consciencia, pero que cobraban realidad, una realidad que vivía, que vivía con más intensidad que ninguna otra cosa.
Tediosa le resultaba su existencia.
Una reina dormida se pensaba.
Varias veces sintió el mar rozar sus pies, entre las cobijas de invierno.
Walter se cansó de esperarla.
Xilófonos, cuerdas e instrumentos de viento, eran la banda sonora de sus películas nocturnas, a veces diurnas.
¡Y todo parecía tan real...!
Zafiros soñaba cuando murió.