viernes, febrero 20, 2009

Yo, paso.

Leyendo este post, me puse a pensar que hay dos tipos de personas, en lo que se refiere a la fidelidad:

Por un lado, tenemos a las personas que no tienen inconvenientes en ponerle los cuernos a su pareja. Para ellos, rige el principio "soy monógamo...hasta que aparezca alguien que me guste".

En la vereda ¿contraria? tenemos a las personas respetuosas que no pensarían nunca en engañar a su pareja. Allí, rige el principio "soy monógamo...estoy con una persona...hasta que aparezca alguien que me guste más y haga el cambiazo".

Lo que me lleva a pensar qué tan honesta es la institución del matrimonio.

Y más aún: ¿qué tan necesaria?

Si todos fuéramos honestos con nosotros mismos (ni hablar con el otro), sabríamos que la monogamia, suele tener fecha de vencimiento. Que las ganas de estar con una persona...con la misma persona, se pueden ir desvaneciendo con el tiempo, o con la aparición de alguien que genera esas ganas de estar sólo con él o con ella y el nuevo ciclo se repite.

Si asumimos que, posiblemente, nos van a dar ganas de estar con otra/s persona/s en algún momento: ¿Para qué casarnos? ¿Para qué firmar un contrato de engorrosa rescisión? ¿Por qué no aceptar el carácter finito de las relaciones y decidir estar juntos hasta que no haya más ganas de estar juntos? ¿No será la infidelidad una consecuencia de la insistencia del ser humano en conformar parejas cuando su naturaleza dicta otra cosa?

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