(o sobre cómo somos esclavos del tiempo)
lunes, junio 28, 2010
lunes, junio 14, 2010
Recomendación musical directo desde Bélgica
El viernes, como parte del Festival Out Loud! en Bruselas, fui a ver a Mary & Me en la terraza del Beursschouwburg, un teatro en el centro de la ciudad.
Tomar unas cervezas en la terraza ya sonaba como un buen plan, pero la banda nos sorprendió gratamente. Aparecieron vestidos con los colores de Bélgica (quizás una declaración política si tenemos en cuenta que el domingo había elecciones), y llenaron el lugar de un sonido limpio, atrapante, juguetón.
La voz de la cantante a veces me hizo acordar a la voz de Bjork, y otras a la voz de la minita de Jefferson Airplane, y a veces la forma de cantar tenía una similitud a las chicas de CocoRosie. A Liesje, mi amiga, le hizo acordar a An Pierlé. Como yo no la conocía, era imposible que me hiciese acordar a ella, pero luego comprobamos juntas que en algunas canciones, sí, suenan similar.
En fin, vimos a los músicos cambiar de lugar y de instrumento varias veces, oímos a la cantante jugar con su voz, y si no hubiese sido por las cuatro imbéciles amigas de la tecladista que sólo paraban de hablar para aplaudir cuando terminaba una canción, el recital hubiese sido perfecto.
Mary & Me ahora tiene un disco "Songs For Johnny" , el cual se puede comprar online (parece que no se consigue de otra manera). Mis temas preferidos fueron You y Hurt you y pueden escuchar un poco en myspace y en last.fm.
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viernes, junio 04, 2010
Creo que he tenido buena suerte en haber nacido y crecido en Argentina en lugar de, por ejemplo, París.
Si me hubiese criado aquí, probablemente tendría otra opinión sobre el romanticismo, el amor, el matrimonio, etc. Probablemente me hubiese enamorado innumerable cantidad de veces, y mi corazón estaría en tan mal estado, que estaría en la lista de espera del INCUCAI francés.
Me hubiese enamorado cuando niña de los dulces chicos parisinos, que llevan jeans y mocasines y una camisa oscura metida dentro del pantalón, y que llevan sus rulos enmarañados, que no tienen casi contacto con la televisión y juegan solos en la quietud de su cuarto.
En el secundario, me hubiese enamorado una incontable e insoportable cantidad de veces de esos chicos magros, de igual cabello enmarañado, ya un poco más largo, que pasean su rebeldía en los parques.
Y en la universidad...Ah... ¡la universidad! Jamás me hubiese podido recibir. Me habría pasado los años mirando de reojo la nuca de un compañero que apenas escondería sus rasgos angulosos a través de una gruesa bufanda. Hubiese desfallecido de amor al ver a otro leyendo o escribiendo en el café cercano a la facultad.
Y luego, sentiría mi corazón quebrarse en cada viaje en metro, en cada concierto, hasta en el supermercado.
No, vivir en París no sería posible para mí.
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