Es como cuando estaba en primer año de la universidad y estaba por levantar el brazo para hacer uno de mis primeros comentarios en clase. O como cuando estaba esperando una llamada por un trabajo y sonaba el celular y el número de la pantalla no era conocido. O como esos instantes que transcurrían entre el momento que el profesor decía mi nombre y me encontraba sentada frente a él para dar un final. O como cuando me di cuenta de que algo estaba por pasar con ese flaco que me gustaba. O esos segundos que transcurren cuando recibís ese mail que estabas esperando y llegás a las líneas relevantes. Toda esa adrenalina - mezclada con un poco de ansiedad y una pizca de angustia - que hace que el corazón se acelere, que se estruje un poquito, que por unos instantes hace que sienta una cierta incomodidad en el boca del estómago, y que hace que me sienta más viva que nunca, eso es lo que siento cuando pienso en viajar.
Y cuando me doy cuenta de que falta mucho para que eso suceda de nuevo, simplemente me dan ganas de llorar.