Llegó a mis oídos, hace unos días, una supuesta certeza sobre la psiquis humana: El ser humano tiende a deprimirse a fin de año.
Sí, señoras y señores, llega el balance.
Momento de contabilizar activos y ver las pérdidas. O las no-pérdidas cuando el sujeto en cuestión se pasó el año saltando de dieta en dieta para llegar a fin de año…con 3 kilos de más, que se acrecentarán después del binomio nochebuena – año nuevo.
La cuestión parece ser, que para esta época las personas tienen una tendencia a revisar, aunque sea inconscientemente cuáles fueron los mejores momentos del año y cuáles quedarán ocultos en fondo del cajón de los “cosos” que hay en casi todo hogar argentino (posiblemente indague más sobre esto en un futuro).
También es el momento en que uno analiza la cantidad de fracasos con los cuales lidió a lo largo de los doce meses del año (a no ser que uno sea maya o azteca)
Después vendrá el insorteable pensamiento sobre qué rápido se pasó el año y el inevitable sentimiento de vejez. Porque uno sabe que es eso. El tiempo se pasa más rápido a medida que el año que figura en el documento va pareciendo más lejano (y lo es).
Volviendo al tema que me convoca en esta noche con olor a lluvia: parece ser que diciembre es el mes de los reproches. El mes del auto flagelo psicológico sobre lo no hecho, lo no dicho, lo no ganado, lo no trabajado, lo no estudiado, lo no viajado.
Ahora, para demostrar que el ser humano no es un ser predecible y que no – siempre - tropieza más de una vez con la misma piedra, convoco a todos a hacer un análisis de su año, que sí o sí arroje un resultado positivo.
Piensen en todo lo bueno que les pasó. Todas las cosas positivas, todo lo que lograron, y todo lo que queda por lograr. Prohibido siquiera “pispiar” lo que quedó en el camino.
En algunos ámbitos, hacer esto se denomina fraude, simulación o simplemente engaño, yo lo llamo ser feliz y no hacerse la cabeza con lo que no pasó o que pasó cuando no tenía pasar y tratar de empezar el año nuevo en cero, sin acarrear cargas de lo que ya fue.