El domingo, sin lugar a dudas, está cotizando alto en mi vida semanal.
Ha dejado de ser ese día de desgano donde me quedo en casa haciendo fiaca.
Y mudarme a Buenos Aires ha tenido mucho que ver con eso. Cómo no.
Acá, si uno se saca la modorra dominguera, tiene un montón de cosas para hacer. En mi ciudad natal, con sacarse la modorra dominguera, no alcanza.
No hay planes interesantes, ni muestras, ni ciclos de cines, ni bares con actividades culturales. Nada.
Vivir en Buenos Aires está lleno de aspectos positivos. Los domingos tomaron otro color. Aún cuando me quedo en casa, pienso que si quisiera podría hacer algo. Y tener una tarde satisfactoria.
Hoy, a la hora de la merienda, me encontré en la casa de una de las personas más adorables que conozco, preparando entre todos panqueques y tomando un té de lo más rico enviado por una abuela directo desde Francia, escuchando jazz.
Luego, comiendo los panqueques, tirados en los sillones, una charla amena, música exquisita.
Life can be good.
And it can be good in a sunday.
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