Grecia fue mágica. La posibilidad de ver ruinas casi desde todo punto de la ciudad de Atenas con tan sólo mirar hacia arriba, el exquisito vino, la amable gente, hicieron que mis ganas de quedarme aparecieran a las horas de llegar.
Captaron mi atención los jardines nacionales. Cerca de la estación de Syntagma, en el centro de la ciudad, no aparecían en mi guía de viaje ni en los sitios que había visitado, pero menos mal que terminé ahí.
A pesar de que hay bastante gente transitando, los árboles absorben todo el sonido, por lo que el lugar goza de un silencio muy especial, que complementa la belleza que acompaña cada paso.
Cerca de allí, muy cerca de una de las avenidas principales, hay una pequeña iglesia. A la cual no pude entrar porque estaba cerrada. Lo que sí pude hacer es sentarme en uno de los bancos que se encuentran frente a la entrada a reflexionar.
Allí, un poco más tarde, tuve la posibilidad de hablar un largo rato con Constantinos, que me recomendó un par de discursos de Platón para leer y que al volver a Argentina, encontrara mi lugar en la ciudad que cumpliera la función que estaba cumpliendo en ese momento la iglesia frente a la cual estábamos para mí, es decir, que buscara un lugar tranquilo donde sentarme a meditar.
También disfruté la ida a ver a Depeche Mode (aunque no disfruté para nada que cancelaran el show) como así también todo lo que vino después: la salida del estadio, la adrenalina de luchar con mi miedo a saltar de lugares elevados, el picnic de chocolate, el bar Fox.
Fue genial al otro día, encontrarme con tres personas maravillosas en un ferry hacia Naxos. Ese viaje me regaló momentos absolutamente geniales e inolvidables.
El atardecer, el picnic a la noche en la playa, un almuerzo en el medio de la nada, manejar por la isla, compartir exquisitas conversaciones.
Grecia es mágica.