Si bien Río de Janeiro tiene una población varias veces mayor a la de Buenos Aires, también tiene una extensión mayor, lo que hace que no estemostodos tan amontonados. Y el tránsito, si bien en días laborables y en determinadas zonas es muy muy pesado, no alcanza a ser lo que es en Buenos Aires. Tal vez tenga que ver también con un mejor planeamiento.
El carioca no usa la bocina como lo hace el porteño - es decir, todo el maldito tiempo y para cualquier pavada - y la gente suele respetar la prioridad del peatón en los cruces (y en otros lugares también).
Dentro de este cuadro encontramos al colectivero, sujeto querible en Río. El colectivero carioca, básicamente es buena onda. Primero, si estás corriendo para alcanzarlo y no llegás a la parada, te esperará. Y si no te ve y alguien le avisa, parará. Si estás en cualquier lugar distinto de la parada, hay grandes posibilidades de que todas maneras abra la puerta para que subas.
Por otro lado, te dejará bajar casi en cualquier lado. Con tan sólo pedirle, es muy posible que abra la puerta para que desciendas donde mejor te conviene.
Saluda cuando subís, jamás le dice a sus pasajeros improperios, no te trata de mamita, vieja, abuela, piba. Y generalmente, sonríe.
Recuerdo estar saliendo del súper, la tarde de Nochebuena, cargada con bolsas, super atrasada, cuando vi el bus que precisaba tomar que estaba a punto de doblar. Sabía que tendría que esperar un buen rato hasta que el próximo viniera. El Sr. Colectivero debe haber visto mi cara de decepción, porque me hizo señas para saber si precisaba tomar ese bondi. "Sí", le dije yo moviendo la cabeza con entusiasmo.
Estaba en una esquina con varios cruces, y el semáforo no me favorecía, así que impaciente esperaba. El colectivo giró en la esquina y ¡PARÓ! a unos metros para esperarme. El semáforo cambió, crucé rápidamente y fui casi corriendo hasta el colectivo que me esperaba. INAUDITO.
¡Así sí que da placer viajar!
* No todos los cariocas son iguales. No todos los porteños son iguales. Siempre hay excepciones que confirman la regla. Algunas veces las excepciones son maravillosas y otras, terribles (dependiendo de la regla, claro)