El dinero limita la libertad. Si bien la impresión que uno tiene es la contraria, uno cree que el dinero es lo que nos proporciona libertad, es justamente él quién nos la coarta. La impresión errónea surge de esa idea de que parece difícil concebir una vida plenamente libre sin dinero.
En este momento, por ejemplo, siento una libertad que no creo haber tenido/sentido en ningún otro momento de mi vida.
No tengo que levantarme a determinado horario, ni cumplir determinada cantidad de horas de trabajo, ni nada por el estilo. Como, duermo, camino, me siento, me zambullo en el mar... hago todo esto y mucho más cuando me place. El único límite es el de mi imaginación y el de mi energía.
Y, ¿por qué puedo hacer esto? Porque tengo dinero. Porque me sometí a cumplir un horario de un trabajo que no me gustaba. Sólo para ahorrar plata. Me levanté durante mucho tiempo a la misma hora; tomé el mismo subte o bondi todos los días; maté, no, asesiné sin piedad ocho horas diarias de mi vida, de lunes a viernes. ¿Para qué? Para poder comprar un poco de libertad. Me vendí al sistema para poder escaparme de él por un rato.
Y si bien disfruto de este paseo libertario, no puedo evitar pensar que, cuando el dinero se acabe, tendré que volver al universo capitalista para poder comprar una nuevo dosis de esta dicha.