lunes, noviembre 09, 2009
No sé si fueron los treinta y pico grados a la sombra, o el chopp que me tomé bajo el toldo del Amarelinho, o el hecho de la que la terapia carioca está funcionando, o todo junto, pero lo que sí sé es que cuando el señor que estaba sentado a mí lado empezó a chasquear la lengua contra su paladar sin clemencia ni intermitencia, yo - contra todo instinto natural - no me cambié de asiento.
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