lunes, noviembre 07, 2005

Sinfonía Agridulce

El mantel está lleno de migas. Y eso puede molestar a cualquiera. Lo mira de manera persistente. El sol de la mañana empieza a calentar su nuca.
Su esposa no está. Se fue de viaje, a visitar a algún familiar que a él definitivamente no le interesa. Va a volver para la hora de almuerzo. Haría las compras.
El mantel quedó puesto en la mesa desde la noche anterior. Nadie se molestó en sacarlo.
Desde el comedor puede oír la respiración tranquila de sus hijos al dormir. El menor, de a ratos, balbucea entre sueños.
Es una mañana cálida y las ventanas están abiertas.
Pensó en lo que escribió y en lo que nunca escribiría. Lo que dijo, y en lo que nunca se atrevería a decir. En lo que vivió y dejó de vivir. En como en ese afán de distinción, terminó siendo uno más.
De un momento para otro, toda esa neblina que lo viene aquejando desde hace meses se empieza a disipar y todo parece estar claro.
La molestia con la vida parece desvanecerse y un sentimiento de conformismo empieza a hacerse lugar en su mente.
La paz reina en su hogar y , ahora, en su cabeza. Y los chicos duermen plácidamente en su dormitorio.
Va hacia el ropero que hay en su habitación, luego va hacia la de sus hijos, le da un beso a cada uno – como hace siempre cuando duermen – y luego se sienta en el sillón del living.
Esa fue la mañana del Sr. Steiner
La mañana en la que mató a sus hijos y luego se suicidó.

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