Salgo de la ducha.
Me envuelvo con un toallón.
Con una toalla más chica me seco la cabeza.
Me apoyo en el lavamanos, paso una mano sobre el espejo empañado y acerco mi rostro.
Busco nuevas arrugas. Busco algún surco que aparezca con la sola finalidad de denotar mi edad.
Me tranquiliza no encontrar ninguno.
Me paso una crema humectante.
Miro mis manos.
-El trabajo me las está arruinando- pienso.
Uso otra crema, suavizante.
Salgo del baño y voy hacia mi habitación.
Saco el libro que estoy leyendo - La Insoportable Levedad del Ser de Milan Kundera - que está enredado entre las sábanas.
Tiendo la cama.
Me visto.
Paso por el espejo del pasillo para darme otra mirada antes de salir.
Estoy en el umbral de mi casa. Y lo veo.
Viene caminando por la vereda de enfrente.
Él me ve y cruza.
Me emociono. Un escalofrío recorre mi espalda. Se me eriza la piel.
Hacía mucho que no lo veía. Aunque siempre salgo con la esperanza de encontrarlo.
Está a menos de cinco metros de mí.
Se acerca hasta abrazarme y darme un par de palmadas en la espalda.
-¿¡Cómo andas, Cachito!? Sabés que estuve pensando en vos...El auto me está haciendo unos ruidos raros y pensaba llevartelo para que lo revisaras...- me dice.
-¿Estoy acaso condenado a la soledad?- pienso.
domingo, marzo 13, 2005
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