El problema empezó cuando aprendió a contar. Maravilla de la educación, cuando aprendió los número del 1 al 10, estuvo en condiciones de contar y contar. Usando la técnica de hacer palitos y agrupar, sólo sabiendo los diez primeros números tuvo todo resuelto para dar rienda suelta a su fascinación por las cuadrículas.
Su madre desde ese entonces, tuvo que mantenerlo alejado de las rejas de las ventanas ajenas, cruzar de calle cuando veía a lo lejos una vereda con cuadritos blancos y negros, y hubo que cambiar incluso los azulejos del baño.
Ver cuadrados agrupados en cuadrados, que forman a su vez cuadrados más grandes, es una satisfacción. Y contarlos, es el éxtasis en su estado más puro.
Con el tiempo, los esfuerzos de su madre para evitar cualquier tipo de cuadrícula con el fin de que su hijo no se quedara idiotizado contando uno a uno los cuadraditos, fueron inútiles.
Él consiguió enseguida manejar de manera diestra la regla, y antes de saber dibujar una casita, un perro o una persona a base de palitos, ya estaba dibujando dameros perfectos.
El problema era que eso era lo único que dibujaba. Que le interesaba dibujar.
Eventualmente, las hojas no alcanzaron y pasó a espacios más amplios. Léase, las paredes de su habitación. Las de sus padres. Las del living. Las del jardín de infantes.
El jardín fue el límite. Las autoridades se quejaron del comportamiento del chico y les mostraron a sus padres, indignados, las paredes del lugar. Ellos, decidieron llevar a su hijo al psicólogo, no sin antes, pagar la limpieza de las paredes - cuadriculadas ahora - a base de crayón lavable negro.
Empezó así terapia.
Con los años, todos empezaron a notar una mejoría. Y ya para los 9 años parecía que su afición/adicción por los cuadrados, estaba casi eliminada.
Pero pasó la peor. Una gran recaída sufrió al descubrir una tarde, en cuarto grado, las maravillas de las hojas cuadriculadas Rivadavia.
¡Oh, si! ¡Esos eran verdaderos cuadrados! ¡Esas eran verdaderas cuadrículas! Ahora todo tenía sentido.Parecía que los años de terapia no hubieran existido, y su crisis lado al cuadrado se potenció (valga la redundancia).
Su psicólogo (su familia, los compañeros de grado, la maestra, los directosdel colegio...) entendió que era momento de ser abrasivos, intensificar el tratamiento y sacar del embrollo al muchachín.
Durante ese tiempo, él sólo vio circunferencias que hizo con el compás, fastidiado, en simples hojas rayadas. Si todo iba viento en popa, lo dejaban hacer a mano alzada unos triángulos.
Las reglas fueron retiradas de su vista y con el tiempo todo se fue solucionando.
Con el tiempo, su obsesión con los cuadrados fue desapareciendo y empezó a ver las cosas más redondas. Por suerte sus habilidades coincidían con su nueva obsesión.
Fernando encontró lo que quería hacer.